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«Happy Hour» por Fernando Baralo

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Artículo del Lic. Fernando Baralo (miembro de Lugar de Infancia) publicado en el diario El Cisne. 

Alrededor de las siete de la tarde, poco más o menos, se juntan en la inmediaciones de un supermercado chino algunos señores a tomar cerveza. Lo hacen así, cerquita de la puerta, en pequeños grupos, nunca son más de cinco, por lo general son dos o tres. Prescinden del uso de vasos, a veces se sirven papas fritas de la misma bolsa que contiene el producto. Esa escena nunca se ve de mañana, ni al mediodía ni por la tarde temprano. Sólo sucede a esa hora donde se evalúa que finalizaron sus jornadas de trabajo, y antes de irse del barrio, antes de encarar la aventura de treparse al colectivo o al tren, se juntan en “el Chino” (Obsérvese esos ademanes del lenguaje, el supermercado chino pasa a ser “el Chino”) y comparten un momento. Hablan. Comentan. Son gente de trabajo, casi siempre tienen un bolso, y en ocasiones alguna pala, o una cortadora de césped, u otras herramientas. Son albañiles, pintores, jardineros. Trabajan en las casas del barrio.

Nunca falta algún vecino que es capaz de afirmar que “están chupando”.

Más o menos a la misma hora, poco más o menos, se juntan en otros sitios de la ciudad, en lugares denominados bares o también “pubs”; algunos caballeros y algunas señoritas a beber un trago. Por lo general son grupos pequeños, y tanto los hombres como las mujeres visten atuendos diversos, aunque de apariencia uniforme. Si los hombres usan corbata se aflojan el nudo con un gesto típico y repetido, un gesto que pretende testimoniar que la jornada fue agotadora y que por fin el trago que beberán será recompensa de la importante tarea desplegada. Las mujeres suelen desacomodar de un modo semicalculado su peinado, eso le da un toque “casual” (así le dicen) a su apariencia. Es como un anticipo del descanso. Merecido también. Rara vez portan un bolso, pero siempre están con teléfonos celulares en la mano, los observan todo el tiempo, eventualmente un computadora, o algún otro dispositivo multimedia.

Para la mirada ocasional son hombres y mujeres que conversan animadamente luego del trabajo, en una merecida pausa.

Propongo detenernos un momento a reflexionar.

No se trata aquí de establecer valoraciones estéticas, ni de orden sociológico. Ni siquiera será este el momento de la reflexión sobre las distintas tareas con que la gente se gana la vida.

La reflexión está encaminada a pensar en la mirada. A pensar en el punto de vista que genera la orientación de la mirada.

Los trabajadores de la salud y los trabajadores de la educación sabemos que tal vez no sean los uniformes o las indumentarias los que definen nuestra praxis.

Sin embargo me parece oportuno advertir sobre las “indumentarias” que engalanan las palabras, en particular aquellas que se repiten y portan el título de diagnóstico, o de terapéutica o método, o práctica. Hay tantas palabras de corbata, hay tantas con tacos altos y pollera ajustada, tantas otras con aspecto “relajado”, “casual”, en fin tantos modos de construir una mirada sobre lo que se “diagnóstica”, de tal suerte que tal vez resulten más serios y contundentes y científicos algunas prácticas o métodos que otros, o acaso más modernos o validados en “el mundo” unos que otros. “El mundo “ contra el barrio, parece mucho.

Veamos un simple y sencillo ejemplo.

Hace unos días llega a mis manos un informe en el que se intenta describir la interacción comunicativa de un niña. A tal efecto se consideran dos variables. A una de las variables en el informe la denominan inicio espontáneo de la conversación y a la otra variable la denominan respuestas positivas orientadas al interlocutor. Se reúnen así en un variable que denominaremos “X” las veces que la niña “tomó su turno para hablar” de manera espontánea (cuesta pensar en la infancia alguna otra forma de hablar que no sea espontánea), y la variable “Y” que será la que registre las respuestas que dio la niña a las preguntas formuladas por el encuestador.

Luego en un gráfico están las respuestas consignadas, marcando con colores diferentes ambas variables y en otros gráficos se establecen comparaciones con el tipo y cantidad de respuestas adecuadas para la edad cronológica de la niña. Finalmente se ponderan con magnitudes numéricas las diferencias en términos de retrasos, desvíos, etc.

Esta acumulación de datos, su presentación gráfica en torno a coordenadas, su estimación comparativa con los términos de la “normalidad”, y las conclusiones obtenidas que implican una serie de consejos y tips, constituyen una mirada. Una de las posibles miradas, efecto de la orientación y la construcción previa que lleva justamente a que el ojo, por así decir encuentre lo que salió a buscar.

Otra vez la mirada. Eso que se construye. Eso que el discurso social modela, moldea, difunde. Eso con lo que nos bombardean hasta cuando intentamos mirar un inocente video en youtube. ¿La mirada o lo que nos dan a ver?, ¿lo que miramos o esa guía que nos indica lo que debemos encontrar?

Si no fuera por la distancia atroz y el desamparo no sería para tanto.

La distancia atroz entre los problemas en el desarrollo de un niño o una niña y las palabras que forman parte de ese recorte parcial, circunstancial de una realidad (de una de las posibles realidades observables) , los gráficos, los tips.

La distancia atroz entre la angustia que los problemas en el desarrollo de un niño o una niña generan y las montañas de palabras uniformadas y ataviadas que se vuelven en ocasiones ruido para tapar el grito silenciado de un padre, de un madre que sólo encuentran una respuesta estándar, prototípica, general, que habla de los TGD o los autistas o los… Y nunca de su hijo.

Ningún amparo.

Un modelo inscripto en una serie.

Otros modelos, otras respuestas menos aderezadas, menos maquilladas, acaso más genuinas se implementan en consultorios y aulas. Alejadas de la serie y multiplicando los esfuerzos para sostener una praxis rigurosa, sin olvidar que trabajamos con seres humanos.

Una praxis rigurosa que extrema la responsabilidad en un doble sentido: por un lado el de la formación permanente, lo que incluye supervisión de la tarea, interconsultas, estudio y profundización teórica más actualización de información y difusión de cada actividad, y por otro el compromiso humano en una tarea cotidiana cuya esencia está marcada en la producción de cambios, orientados en una cierta dirección.

Es otro modo de ser responsables – de responder – ya no sobre niños hipotéticos o standars, sino de dar una respuesta en singular. Y de sostener una posición clara, una función que no se limita a describir, a contemplar y a pronosticar. Una función que se ejerce, en el día a día, donde se responde en el día a día. Aun en los más ríspidos silencios, aun en los desiertos de palabras.

Tanto los que toman la cerveza en la puerta del Chino, como los que lo hacen en el bar tienen un deseo y acaso una necesidad de hablar. No parecen intercambiar información, ni repartirse turnos para utilizar la palabra. Hablan, comentan, se ríen, alzan la voz, susurran y otra vez la risa. Acaso estén repitiendo sin saberlo un ritual que arrastra la humanidad desde hace miles de años. Tal vez la clave esté en el modo casi mágico que hará que cada vez ese encuentro sea original y nuevo, y no una mera, triste y hueca repetición.

Fernando Baralo
Fonoaudiólogo
Terapeuta de Lenguaje
Miembro de “Lugar de Infancia”

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